1.    Introducción.

 

Lo que vamos a estudiar está dentro del marco de la TM. Qué se entiende por TM.:

Moral: lo referente a cómo obrar para llevar una vida buena-feliz-completa.

Teología: los principios que iluminan nuestro razonamiento son los de la Teología: la fe de la Iglesia, que se contiene en el Depositum fidei, en la Revelación que se nos comunica mediante la Tradición y la Sagrada Escritura, que se explicita algunas veces en el Magisterio.

Uso de la razón: el hecho de hacer teología exige que desde esos principios se elabore una verdadera ciencia, es decir que razonemos deduciendo, profundizando, conectando unas principios con otros, sacando conclusiones, y mostrando la no contradicción y la racionabilidad de los principios de los que partimos.

1.1.         Teología moral de la Persona:

Siempre el obrar moral es de la persona, aunque de otra forma se pueda hablar de la moral de las sociedades, así como que se pueda hablar también del pecado social. Es conocido que se han dado diversos esquemas para estudiar este conjunto de ciencia. Se han seguido los Mandamientos (Catecismo), las Virtudes, o el que aquí seguimos y que explicamos a continuación.[1]

Aquí decimos Teología moral de la Persona, porque ese obrar moral en su conjunto lo estudiamos dividido en tres grupos:

Moral Fundamental: los conceptos básicos sobre la moral, y el obrar moral: se suele estudiar la conciencia, el fin del hombre, la libertad...

Moral Social: los comportamientos respecto al conjunto de la sociedad. Se suele estudiar aquí, la justicia, la doctrina social de la Iglesia...

Moral de la Persona: el obrar moral de la persona con respecto a sí misma. No quiere decir esto que su acción sea independiente de los demás, porque muchas veces está en relación con los otros, pero estos son vistos desde la propia perspectiva.

En este esquema suele quedar sin enmarcar el obrar moral del hombre respecto a Dios, lo que se denomina “virtud de la religión”. Algunos lo enmarcan dentro del comienzo de la moral de la persona, otros lo dejan para la Teología espiritual.

 

1.2.                     Característica peculiar de los contenidos de la Moral de la Persona.

Aunque también ocurre con otros campos de la moral, en nuestro caso debemos contar con que muchos de los contenidos que estudiaremos son realidades de orden natural –accesibles por tanto a la luz de la razón, simplemente-, y que por tanto el papel de la fe como iluminadora, se extiende sobre todo a garantizar esas verdades, o a descubrir en ellas una realidad más profunda que ha sido llevada a cabo por el hecho de la Redención. Así, por ejemplo, en el tema de la sexualidad, aunque podemos considerar que ha habido una Revelación con el mandato del sexto y noveno mandamiento, por ejemplo, sin embargo no podemos olvidar que la sexualidad es una realidad natural que tiene un contenido natural. Esta realidad  es la que marca su actuación y en ese sentido la hace correcta o no.  Otro plano es que además la revelación nos hable de que “el cuerpo es templo del Espíritu Santo” y esto nos haga ver cómo los actos contra ese cuerpo tienen una trascendencia mayor que la que las sola razón es capaz de entender.

Este punto es muy importante por varios motivos:

Esta comprensión nos puede llevar a dos formas de actuación según se entienda la relación entre relativismo y pluralismo[3]:

Se debe buscar que la sociedad esté organizada según estos principios porque son los que pueden lograr el bienestar de la sociedad. Otra cosa es que la tolerancia deba llevar a que se puedan exigir o no, porque a veces podría ir contra la prudencia exigirlos, ya que comportarían otros daños sociales en esta sociedad concreta. Pero esto es totalmente distinto del anterior tipo de tolerancia que hemos llamado relativista.

Anima Juan Pablo II en Tertio millenio ineunte, n. 51:

Se debe prestar especial atención a algunos aspectos de la radicalidad evangélica que a menudo son menos comprendidos, hasta el punto de hacer impopular la intervención de la Iglesia, pero que no pueden por ello desaparecer de la agenda eclesial de la caridad. Me refiero al deber de comprometerse en la defensa del respeto a la vida de cada ser humano desde la concepción hasta su ocaso natural. Del mismo modo, el servicio al hombre nos obliga a proclamar, oportuna e importunamente, que cuantos se valen de las nuevas potencialidades de la ciencia, especialmente en el terreno de las biotecnologías, nunca han de ignorar las exigencias fundamentales de la ética, apelando tal vez a una discutible solidaridad que acaba por discriminar entre vida y vida, con el desprecio de la dignidad propia de cada ser humano.

Para la eficacia del testimonio cristiano, especialmente en estos campos delicados y controvertidos, es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos de las posiciones de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano. La caridad se convertirá entonces necesariamente en servicio a la cultura, a la política, a la economía, a la familia, para que en todas partes se respeten los principios fundamentales, de los que depende el destino del ser humano y el futuro de la civilización.

Leer en casa  CIC 2032.2040:

2032    La Iglesia, “columna y fundamento de la verdad” (1 Tm 3,15), “recibió de los apóstoles este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad que nos salva” (LG 17). “Compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales, incluso los referentes al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas” (CIC, can. 747,2).

2033    El magisterio de los pastores de la Iglesia en materia moral se ejerce ordinariamente en la catequesis y en la predicación, con la ayuda de las obras de los teólogos y de los autores espirituales. Así se ha trasmitido de generación en generación, bajo la dirección y vigilancia de los pastores, el “depósito” de la moral cristiana, compuesto de un conjunto característico de normas, de mandamientos y de virtudes que proceden de la fe en Cristo y están vivificados por la caridad. Esta catequesis ha tomado tradicionalmente como base, junto al Credo y el Padrenuestro, el Decálogo que enuncia los principios de la vida moral válidos para todos los hombres.

2034    El romano pontífice y los obispos como “maestros auténticos por estar dotados de la autoridad de Cristo... predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica” (LG 25). El magisterio ordinario y universal del Papa y de los obispos en comunión con él enseña a los fieles la verdad que han de creer, la caridad que han de practicar, la bienaventuranza que han de esperar.

2035    El grado supremo de la participación en la autoridad de Cristo está asegurado por el carisma de la infalibilidad. Esta se extiende a todo el depósito de la revelación divina (cf LG 25); se extiende también a todos los elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la fe no pueden ser guardadas, expuestas u observadas (cf CDF, decl. “Mysterium ecclesiae” 3).

2036    La autoridad del Magisterio se extiende también a los preceptos específicos de la ley natural, porque su observancia, exigida por el Creador, es necesaria para la salvación. Recordando las precripciones de la ley natural, el Magisterio de la Iglesia ejerce una parte esencial de su función profética de anunciar a los hombres lo que son en verdad y de recordarles lo que deben ser ante Dios (cf. DH 14).

2037    La ley de Dios, confiada a la Iglesia, es enseñada a los fieles como camino de vida y de verdad. Los fieles, por tanto, tienen el derecho (cf CIC can. 213) de ser instruidos en los preceptos divinos salvíficos que purifican el juicio y, con la gracia, curan la razón humana herida. Tienen el deber de observar las constituciones y los decretos promulgados por la autoridad legítima de la Iglesia. Aunque sean disciplinares, estas determinaciones requieren la docilidad en la caridad.

2038    En la obra de enseñanza y de aplicación de la moral cristiana, la Iglesia necesita la dedicación de los pastores, la ciencia de los teólogos, la contribución de todos los cristianos y de los hombres de buena voluntad. La fe y la práctica del Evangelio procuran a cada uno una experiencia de la vida “en Cristo” que ilumina y da capacidad para estimar las realidades divinas y humanas según el Espíritu de Dios (cf 1 Co 10-15). Así el Espíritu Santo puede servirse de los más humildes para iluminar a los sabios y los más elevados en dignidad.

2039    Los ministerios deben ejercerse en un espíritu de servicio fraternal y de dedicación a la Iglesia en nombre del Señor (cf Rm 12,8.11). Al mismo tiempo, la conciencia de cada uno en su juicio moral sobre sus actos personales, debe evitar encerrarse en una consideración individual. Con mayor empeño debe abrirse a la consideración del bien de todos según se expresa en la ley moral, natural y revelada, y consiguientemente en la ley de la Iglesia y en la enseñanza autorizada del Magisterio sobre las cuestiones morales. No se ha de oponer la conciencia personal y la razón a la ley moral o al Magisterio de la Iglesia.

2040    Así puede crearse entre los cristianos un verdadero espíritu filial frente a la Iglesia. Es el desarrollo normal de la gracia bautismal, que nos engendró en el seno de la Iglesia y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo. En su solicitud materna, la Iglesia nos concede la misericordia de Dios que desborda todos nuestros pecados y actúa especialmente en el sacramento de la reconciliación. Como una madre previsora nos prodiga también en su liturgia, día tras día, el alimento de la Palabra y de la Eucaristía del Señor.

1.3.         Las virtudes y la vida lograda

El hombre no es un ser acabado, sino que va avanzando en el tiempo(4). Este avance se produce tomando decisiones sobre su propia vida. También en el caso de que decida no tomar ninguna decisión, sino dejarse llevar por los acontecimientos, esto mismo ya sería una decisión.

¿Afectan estas decisiones al propio ser hombre?

Hay quienes afirman que no tienen ninguna repercusión porque los hombres y mujeres son pura materia, conjunto de células sin más, y que por tanto la acción queda totalmente ajena a su realidad.

Pero el hombre no es eso. El hombre ama y elige. Es más se comprende como capaz de desarrollarse en una dirección u otra. De elegir, y de razonar por qué elige. El enriquecimiento que adquiero al actuar de acuerdo con mi naturaleza no lo pierdo de un día para otro. Si digo la verdad pase lo que pase, no sólo estoy haciendo obras buenas, sino que me estoy haciendo bueno yo, porque estoy siendo cada vez más sincero. El tiempo, entonces, no es sólo un transcurrir impreciso e indiferente, sino que es la ocasión de la realización de la persona humana. Nunca una hora es igual a la siguiente: yo voy cambiando.

No se trata, pues, de una consideración de la virtud, como la mera repetición de actos que produciría una habilidad o una rutina para poder realizarlos más rápidamente y con menos esfuerzo. En la vida del hombre hay ciertamente habilidades y rutinas: caminar, conducir, hacer cabriolas. Pero aquí nos estamos refiriendo a un aspecto de la realización del hombre que es más profunda: se trata de elecciones de un bien concreto que me van dando esa connaturalidad con él, ya que me hacen bueno.

Ciertamente la persona que procura obrar con prudencia, va adquiriendo facilidad y prontitud para descubrir cuál debe ser su elección para obrar con prudencia en ocasiones futuras. Pero esta facilidad está, por tanto, no en relación con la simple repetición de actos, cuanto en la intensidad de la adhesión al bien que se da en la acción: en la calidad ética de ésta.

La virtud, o la fuerza que voy adquiriendo para obrar el bien concreto, es lo que los griegos llamaban excelencia, y cuando se van desarrollando las diversas potencialidad del obrar humano adquiriendo virtudes es cuando hablamos de una vida excelente o una vida lograda.


 

[1] Cfr. A. Fernández, Teología moral, vol. II, int. Pp. 41 ss.              

[2] Este es uno de los motivos que da Santo Tomás, para que hubiera revelación de verdades naturales: el que todos, fácilmente, y sin mezcla de error, pudieran alcanzarlas.                       

[3] Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, 24-nov-2002                 

[4] Cfr. A. Llano, La vida lograda,  pp 28 y ss.