2.0 La Iglesia Católica y el Movimiento Ecuménico
Movimiento ecuménico
, según el Concilio Vaticano II: «Por movimiento ecuménico se entiende el conjunto de actividades y de empresas que, conforme a las distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los tiempos, se suscitan y ordenan a favorecer la unidad de los cristianos» (UR 4). [Pedro Rodríguez, op. cit., p. 19]El breve recorrido histórico que vamos a hacer será muy útil, no sólo para conocer la historia de unos hechos concretos, sino la evolución de unas ideas.
La historia del ecumenismo no es reciente, sino que se identifica con la historia misma de la Iglesia de Cristo. Desde el momento en que el cisma y la herejía aparecen en la Iglesia, la preocupación por reintegrar en la unidad las ramas separadas del único tronco surge en la Iglesia de Cristo como algo que dimana de su esencia más profunda. [Ib., p. 19]
Los siglos XIII y XIV, con los Concilios unionistas de Lyon II (1274) y Florencia (1439), fueron testigos de la deseada unión eclesial de Oriente y Occidente, por desgracia efímera en ambos casos, dadas las complejas implicaciones políticas y culturales que se superponían a la acción propiamente religiosa. [Ib., p. 26]. Las bulas del florentino: Laetentur coeli, Exultate Deo, y Cantate Domino, dan buena prueba del ambiente que hybo. Temporalmente se consiguió la unión con los armenio, coptos, sirios, caldeos, y maronitas.
El más inmediato precedente se encuentra en el poderoso movimiento «unionista» que impulsa el Papa León XIII (1878-1903). Conviene que distingamos, el Papa ya lo hace, entre orientales y anglicanos, por una parte, e iglesias procedentes de la Reforma Protestante, por otra. Gravita sobre el pontífice, lo mismo que antes sobre Pío IX y los Padres del Concilio Vaticano I, la convicción de que la disolución de los principios del cristianismo en Occidente —que ahora toma la forma de agnosticismo e indiferentismo religioso— es la consecuencia inmanente a los principios de la Reforma protestante. Esta convicción, junto a otros graves reparos eclesiológicos —sobre todo, la no existencia de sucesión apostólica en el ministerio de las comunidades salidas de la Reforma— hacen que la esperanza del Papa, como de los más destacados hombres de Iglesia ocupados en el tema, se vuelva principalmente a los Orientales y a los anglicanos. [Ib., p. 28]
El Papa sabe que hay una comunión muy profunda con las Iglesias de Oriente, pero que se debe lograr la comunión perfecta y plena. La base doctrinal desde la que el Papa entendía la reunificación vendría dada después por la gran encíclica Satis Cognitum (1896) (ver apartado 7.2.3 más adelante), pieza importante de la concepción católica de la Iglesia y de su unidad. [Ib., pp. 29-30]
León XIII no se limitó a exposiciones doctrinales, sino que promovió las distintas iniciativas encaminadas a la unión con las demás comunidades cristianas, sobre todo con las Iglesias de Oriente y con la Comunión anglicana. En 1894 promulga la Constitución Orientalium dignitas, tomando enérgicas medidas contra todo intento de latinización de los Orientales unidos a la Iglesia Romana. En 1895 crea la «Comisión Pontificia para la reconciliación de los disidentes con la Iglesia», que llegaría a celebrar 27 reuniones durante el pontificado de León XIII. [Ib., p. 30]
Simultáneamente el Papa impulsaba las relaciones con la Comunión anglicana, muy prometedoras desde el Movimiento de Oxford. Nombra al Cardenal Newman. Publicó en 1895 la epístola «ad anglos» Amantissime voluntatis, que fue muy bien acogida. El proyecto de la concorporate reunion implicaba la validez de las ordenaciones anglicanas. El Santo Padre nombró una Comisión pontificia especial para el estudio de esta decisiva cuestión. Los resultados fueron negativos, y la carta Apostolicae curae (1896) transmitía lealmente el criterio de la no validez de esas ordenaciones, con la inevitable consecuencia de distanciar por el momento el diálogo emprendido. [Ib., pp. 30-31]
Por iniciativa de León XIII comienza a extenderse en la Iglesia Católica la semana de plegarias por la unión de los cristianos, fijada originariamente en los días que preceden a Pentecostés, y que San Pío X trasladaría a los días 18 al 25 de enero, para hacer coincidir las fechas con la iniciativa surgida de la Comunión anglicana y hoy extendida por todas partes. [Ib., p. 31]
Los comienzos del siglo XX van a ser testigos del nacimiento de una serie de iniciativas e instituciones de finalidad unionista que nacen y se autopresentan como interconfesionales. [Ib., pp. 32-33]
El origen de estas iniciativas está en la progresiva toma de conciencia que se da en las confesiones salidas de la Reforma protestante de que la unidad querida por Dios para su Iglesia no es algo puramente invisible, sino que esa unidad ha de ser también visible, de manera que toda ruptura de la unidad es contraria a los planes de Dios y una ofensa a su voluntad. Este punto es visto como muy positivo por la Iglesia católica, ya que los protestantes mantenían que lo importante era la unidad que había en lo invisible, y que se podía vivir con una aceptación conformista de las divisiones eclesiológicass, sólo superadas –al modo hegeliano- en la síntesis superior del "cristianismo". De ahí que el origen institucional de lo que hoy llamamos movimiento ecuménico se dé fundamentalmente en las filas protestantes. Este cambio de postura suscitará sospechas en las filas del los "fundamentalistas" protestantes como connivencia con las tesis de Roma
Pero lo que venimos diciendo explica también las reservas y las cautelas de la Iglesia Católica ante unas iniciativas y unos movimientos cuya característica teológica más saliente parecía ser una concepción de la unidad de la Iglesia que chocaba frontalmente con la tradicional afirmación de la Iglesia Católica según la cual la unidad es una inamisible propiedad de la Iglesia y que se mantiene en la comunión con la Iglesia Romana. Junto a esto el miedo a que supusiera pastoralmente una caída en relativismo acerca de la verdad que no podía suscitar sino un relativismo religioso. Estamos en los tiempos del modernismo. Hasta la Declaración de Toronto de 1950 no se afirmará explícitamente que participar en una organización interconfesional es complatible con sostener el "carácter absoluto" de la propia doctrina sobre la Iglesia.
Una característica del protestantismo de los primeros siglos es un notable desinterés por el tema de las misiones, en fuerte contraste con esa gran expansión misionera de la Iglesia Católica (América, Asia, África). Las misiones protestantes comienzan realmente dos siglos después de la Reforma y forman una corriente paralela a la vida de las comunidades: son hombres particulares o "sociedades misioneras" las que se sienten impulsadas a la misión. Hay una disociación entre Iglesia y misión en el origen del prostestantismo. Pero la expansión misionera protestante del siglo XIX proyectó sobre el campo de la misión todas las divisiones cristianas. [Ib., p. 34]
El escándalo de la división de los cristianos apareció con una fuerza impresionante con ocasión de la Asamblea consultiva de las sociedades misioneras protestantes, la World Missionary Conference de Edimburgo (1910), punto de referencia capital en la historia del ecumenismo. La mayor significación de Edimburgo para el desarrollo ulterior del ecumenismo fue la de haber servido de lugar de encuentro y toma de conciencia de hombres que después serían los promotores y los líderes de las grandes iniciativas ecuménicas en el mundo protestante. [Ib., pp. 35-36]. En un primer tiempo de institucionalización veremos las dos corrientes que citamos: Life and Work y Faith and Order. La segunda etapa es la historia del Consejo Mundial de las Iglesias.
El movimiento Life and Work (Vida y Acción) (1914). Fundado por Nathan Söderblom, arzobispo luterano de Upsala (Suecia). [Ib., pp. 38-42] Nace bajo la inspiración evangélica y liberal.
El esfuerzo de Söderblom y sus seguidores se orienta a preparar una gran Conferencia mundial de iglesias cristianas, Universal Christian Conference on Life and Work, la cual tiene lugar en Estocolmo del 19 al 30 de agosto de 1925. La Conferencia se dedicó deliberadamente al terreno práctico, especialmente a los campos de la moral social e internacional, sin ocuparse de las cuestiones doctrinales, litúrgicas y eclesiásticas. "Doctrine divides, but services unites"
Pero, la elaboración de un programa de acción común implicaba la tácita adopción de una determinada actitud en el terreno de la doctrina y de la disciplina. El proyecto de situarse en el plano de la vida incluía una cierta concepción del cristianismo y de la unidad.
Según Söderblom, la unidad está en la fides qua creditur, en nuestro sentimiento subjetivo ante Cristo, que nos es común: la entrega a Cristo, la entrega a los demás, lo esencial; la división proviene de la fides quae creditur, de las doctrinas y las diferentes interpretaciones de la fe, lo accidental. Congar comenta: difícilmente podría encontrarse una oposición más radical a la enseñanza de la Iglesia Católica.
La segunda Conferencia mundial de Life and Work se celebró en Oxford del 12 al 26 de julio de 1937. Su significación es importante: a lo largo de las reuniones aparece una vez y otra la importancia de la doctrina y de la teología a la hora de plantearse el tema de la unidad de la Iglesia, lo cual equivale a plantear el tema de la naturaleza de la Iglesia como previo al de la unidad práctica de los cristianos.
El movimiento Faith and Order (Fe y Constitución). Es producto del mundo anglosajón anglicano. Fundado por el obispo anglicano Ch. H. Brent, el cual después de la Conferencia misionera de Edimburgo (1910) decide trabajar en pro de una Conferencia mundial consagrada a las cuestiones de fe y estructura de la Iglesia. [Ib., pp. 42-44]
La I Conferencia Mundial de Faith and Order tiene lugar del 3 al 21 de agosto de 1927 en Lausana, Suiza.
Objeto. No se le requiere a nadie que abandone o comprometa sus convicciones doctrinales, pero cada uno debe esforzarse en explicarlas a los demás y comprender sus puntos de vista; las divergencias irreductibles deben mencionarse con la misma lealtad que los acuerdos.
Participantes. Las Conferencias deben ser congresos de delegados que representan oficialmente a las iglesias, no simples personas interesadas por el ecumenismo.
Autoridad. Las Conferencias no sustituyen a la autoridad de las iglesias, sino que les facilitan el diálogo y los medios para realizarlo.
La II Conferencia Mundial tendrá lugar en Edimburgo del 3 al 18 de agosto de 1937, coincidiendo con la de Life and Work en Oxford. La Iglesia es «una»: esto será plenamente reconocido en Edimburgo; pero existen diversas concepciones de la «unidad». Las actas de la Conferencia de Edimburgo recogen una importante confrontación de las dogmáticas cristianas allí representadas.
En el catolicismo de los años 1900-1950, se pueden distinguir tres niveles distintos: actuaciones personales, magisterior de la iglesia, y organismos creados por la Iglesia Católica para canalizar su participación en el movimiento. De todas formas la convicción irrenunciable de la Iglesia Católica de que la unidad de la Iglesia se encuentra en su propio seno daba un color muy específico a su actitud en esta materia: el gran servicio a la unidad de todos los cristianos que puede prestar la Iglesia de Roma es ser ella misma, proclamar y manifestar su unidad. [Ib., p. 61] La participación de la IC en el movimiento ha estado dependiente de dos factores: la progresiva captación del carácter dinámico de la unidad, y entre los no católicos la clarificación acerca de la naturaleza y los fines de las reuniones interconfesionales.
Benedicto XV y Pío XI. Benedicto XV continuó la línea de León XIII en lo relativo a los cristianos de Oriente, y la fundación del Instituto Pontificio Oriental en Roma pone de relieve un nuevo aspecto sobre el que insistiría, sobre todo, Pío XI: entre los medios humanos de preconizar la unión juega un papel muy importante el estudio y la investigación científica. Simultáneamente concedía amplias indulgencias a los que participaran en la semana de oración por la unidad. [Ib., pp. 61-62]
Las «Conversaciones de Malinas», iniciadas bajo Benedicto XV y que se prolongan en los primeros años del pontificado de Pío XI, son unos encuentros que tuvieron lugar, bajo la dirección del cardenal Mercier y de Lord Halifax, entre representantes anglicanos y de la Iglesia Católica. No se trataba de entablar negociaciones, sino simplemente de aprender a conocerse y exponer libremente las posibilidades de un acuerdo o los motivos de una divergencia. Son de Pío XI las palabras: «Para conseguir la unión es ante todo necesario conocerse y amarse».
Tanto Life and Work como Faith and Order quisieron que la Iglesia Católica participara en sus sesiones y asambleas. La ideología subyacente a esos movimientos por aquellas fechas explica en buena parte la enérgica actitud de las autoridades de Roma. Tanto Benedicto XV como Pío XI no juzgaron conveniente la participación de la Iglesia Católica en las Conferencias de estas dos organizaciones. [Ib., pp. 63-65]
En particular, la actitud de la Santa Sede ante Faith and Order venía condicionada por la peculiar eclesiología anglicana y su célebre «Branch Theory», teoría de las tres ramas, según la cual las Iglesias romana, Ortodoxa y Anglicana serían tres ramas distintas y de igual valor que, juntas, constituyen la Iglesia Católica indivisa fundada por Jesucristo.
Tal como se presentaba entonces, la concepción de la unidad imperante en Faith and Order supone que ninguno de los cuerpos eclesiásticos actualmente existentes constituye en sí mismo la única y verdadera Iglesia de Cristo: todas las Iglesias vigentes en la actualidad son imperfectas, no sólo en sus miembros, sino también en sí mismas, y se encuentran en estado de cisma respecto de la única y verdadera Iglesia de Cristo, que todavía no existe.
En este clima, la Iglesia Católica no podía participar sin sembrar, entre sus fieles y entre los demás cristianos, los mayores equívocos acerca de la eclesiología.
La actitud de la Santa Sede suscita incomprensión y Pío XI tiene que publicar Mortalium animos (1928) denunciando los peligros y errores que se observan en el Movimiento Ecuménico, que parecían plantear un "pancristianismo". Posteriormente se va clarificando este tema y en 1937 Pío XI autoriza la asistencia privada de católicos, sin tomar parte activa en las decisiones ni en los votos.
Pío XII. [Ib., pp. 66-67]
Varias encíclicas dirigidas a las Iglesias orientales muestran la continuidad de la acción de la Santa Sede en lo relativo a la cristiandad ortodoxa. Las encíclicas Mystici Corporis (1943), Mediator Dei (1947), y Humani generis (1951), sobre todo la primera, contienen indicaciones doctrinales de gran interés en lo relativo a la unidad de los cristianos.
Sobre todo, dos documentos del Santo Oficio abordan de un modo expreso la participación de los católicos en el diálogo ecuménico. Se trata del monitum del 5 de junio de 1948 y de la célebre instrucción Ecclesia Catholica, del 22 de diciembre de 1949 –en 1950 se permite al Opus Dei admitir cooperadores acatólicos-, escritos ambos con ocasión de la creación del Consejo Mundial de las Iglesias.
Conviene tener en cuenta que no ha sido el Vaticano II, sino la instrucción Ecclesia Catholica, quien por primera vez ha proclamado que el Movimiento ecuménico de los no católicos ha sido suscitado por la gracia del Espíritu Santo. La lectura de la instrucción muestra que lo que preocupa a la Santa Sede es el peligro de indiferentismo o de falso irenismo que podría introducirse en los fieles si se daba una multiplicación indiscriminada y acrítica de reuniones interconfesionales. La instrucción, por otra parte, autorizaba a los católicos a la oración conjunta con los otros cristianos, excluida la communicatio in sacris.
historia
El CMI se constituyó en la Primera Asamblea general (Amsterdam) el 23 de agosto de 1948. Llegó a ser la expresión internacional más visible de diversas corrientes ecuménicas del siglo XX. Dos de estas corrientes Vida y Acción y Fe y Constitución se fusionaron en la Primera Asamblea. Una tercera corriente, el movimiento misionero, organizado en el Consejo Misionero Internacional se integró en el CMI en 1961, en el marco de la Tercera Asamblea (Nueva Delhi). Y una cuarta corriente, educación cristiana, se incorporó en 1971, mediante la fusión del CNI y el Consejo Mundial de Educación Cristiana, cuyas raíces se remontan al movimiento de escuelas dominicales del siglo XVIII. |
En 1920, el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla ( Patriarcado Ecuménico Ortodoxo) fue la primera iglesia que abogó públicamente por un órgano permanente de comunión y cooperación de "todas las iglesias": una "Sociedad de Iglesias" (Koinonía ton Ekklesion) similar a la Sociedad de Naciones (Koinonía ton Ethnon) propuesta después de la Primera Guerra Mundial. Lo mismo propugnaban en los años veinte dirigentes eclesiásticos como el Arzobispo Nathan Söderblom (Suecia), fundador de Vida y Acción (1925) y J.H. Oldham (Reino Unido), fundador del Consejo Misionero Internacional (1921).
En julio de 1937, en vísperas de las conferencias mundiales de Vida y Acción en Oxford y de Fe y Constitución en Edimburgo, representantes de ambos movimientos se reunieron en Londres y decidieron unirse y constituir una asamblea plenamente representativa de las iglesias. La nueva organización propuesta "no tendrá poder para legislar en nombre de las iglesias ni para comprometerlas a la acción sin su consentimiento; pero, si ha de ser eficaz, tendrá que merecer y ganar el respeto de las iglesias hasta el punto de que las personas más influyentes en la vida de las iglesias estén dispuestas a dedicar tiempo y reflexión al trabajo de la organización". También deberán participar los laicos que ocupen "puestos de responsabilidad e influencia en el mundo secular", y "un personal competente". S. McCrea Cavert (Estados Unidos de América) propuso el nombre "Consejo Mundial de Iglesias".
La propuesta fue acogida favorablemente en Oxford como en Edimburgo y en cada conferencia se designó a siete personas para constituir un comité de 14 miembros que se reunió en Utrecht en mayo de 1938 y que creó a su vez un comité provisional del CMI "en proceso de formación". William Temple (arzobispo de York, y después de Canterbury) fue designado presidente, y W.A. Visser't Hooft (Países Bajos), secretario general. El comité provisional sentó los cimientos del CMI, resolviendo cuestiones constitucionales por lo que respecta a su base, su autoridad y su estructura. En octubre-noviembre de 1938, el comité cursó invitaciones formales a 196 iglesias, y Temple escribió una carta personal al secretario de estado del Vaticano.
En Tambaram (India) en 1938, el Consejo Misionero Internacional expresó su interés por el plan de formar un consejo mundial de iglesias pero decidió continuar como entidad separada. Varias de las sociedades misioneras que lo integraban no querían estar bajo el control de las iglesias, y se temía que las iglesias de América del Norte y Europa no concediesen a las iglesias más jóvenes de otros lugares el lugar que merecían. Sin embargo, el Consejo Misionero contribuyó a facilitar el ingreso ulterior de estas iglesias en el CMI, se "asoció" con él en 1948 y terminó por integrarse al mismo en 1961.
En 1939 el comité provisional proyectó la Primera Asamblea del CMI para agosto de 1941, pero con el comienzo de la guerra mundial, el período de formación se prolongó un decenio más. Entre 1940 y 1946, el comité provisional no pudo funcionar normalmente mediante sus comités responsables, pero sus miembros y otras personas se reunieron en los Estados Unidos, Inglaterra y Suiza. Durante la guerra, y bajo la dirección de Visser't Hooft en Ginebra, varias actividades contribuyeron al testimonio supranacional de la iglesia: servicio de capellanía, trabajo entre prisioneros de guerra, asistencia a los judíos y otros refugiados, transmisión de información a las iglesias y preparación, mediante contactos con dirigentes cristianos de todas partes, para la reconciliación después de la guerra y la ayuda intereclesial.
Después de la guerra, el comité provisional se reunió en Ginebra (1946) y en Buck Hills, Pennsylvania (1947), y afirmó que la trágica experiencia de la guerra había reafirmado la determinación de las iglesias de hacer visible una comunidad de reconciliación. Hacia 1948, 90 iglesias habían aceptado la invitación de adherirse al CMI.
Una reflexión más detenida sobre la representación y composición del CMI llevó a una cuidadosa consideración de la magnitud numérica y de la adecuada representación confesional y geográfica. El principal requisito para ser miembro era aceptar la base sobre la que se constituiría el Consejo; otros requisitos especificaban la autonomía de una iglesia, su estabilidad y su dimensión adecuada y sus buenas relaciones con otras iglesias. Aunque algunos estaban a favor de un consejo compuesto fundamentalmente de consejos nacionales de iglesias o de familias confesionales mundiales ( luteranos, ortodoxos, bautistas, etc.), prevaleció el argumento de que el CMI debería estar en contacto directo con las iglesias nacionales, comprendiendo por lo tanto la Iglesia Metodista de Gran Bretaña, la Iglesia Metodista Episcopal de los Estados Unidos, la Iglesia Metodista de África Meridional, etc. Los órganos confesionales mundiales, los consejos nacionales de iglesias y los organismos ecuménicos internacionales podrían ser invitados a enviar representantes a la Primera Asamblea, pero a título de observadores sin derecho a voto.
Cuando se reunió la asamblea inaugural el 22 de agosto de 1948, sus 147 iglesias de 44 países representaban de algún modo a todas las familias confesionales del mundo cristiano con excepción de la Iglesia Católica Romana. El día siguiente, la Asamblea aprobó la Constitución del CMI, y la comunidad de iglesias recién organizada hizo suyo el siguiente mensaje:
"Cristo nos ha hecho suyos, y él no está dividido. Al buscarle a él, nos hemos encontrado unos a otros. Aquí en Amsterdam nos hemos consagrado de nuevo a él, y hemos pactado unos con otros al constituir este Consejo Mundial de Iglesias. Estamos firmemente decididos a permanecer unidos."
En Amsterdam se definieron las tareas del CMI de manera general en su Constitución y de forma más específica en sus decisiones sobre políticas, programas y presupuesto. La Asamblea autorizó al CMI a formular mensajes comunes para las iglesias y para el mundo, pero especificó la naturaleza y los límites de esas declaraciones.
Constitución y estructura
. [Ib., pp. 47-51]La «Base». El Consejo Mundial de las Iglesias se entiende a sí mismo como una asociación fraternal de iglesias que confiesan al Señor Jesucristo como Dios y Salvador según las Escrituras y se esfuerzan por responder juntas a su común vocación para la gloria del solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los estatutos están redactados de tal manera que ninguna iglesia tiene que renunciar a su doctrina de ser la verdadera iglesia para pertenecer al CMI.
Miembros. Del CMI forman parte como miembros, no los cristianos individuales, sino las iglesias en cuanto tales. Para ser admitido como miembro del CMI hace falta la aceptación de la «Base» y la aprobación de la Asamblea por mayoría de dos terceras partes.
Fines y funciones. Invitar a las iglesias al objetivo de la unidad visible, progresando hacia él para que el mundo crea. Facilitar el testimonio común de las iglesias. Desarrollar el estudio en común. Favorecer el progreso de la conciencia ecuménica y misionera entre los fieles de todas las iglesias. Ayudar a las iglesias en su tarea mundial de misión y evangelización. Establecer y mantener relaciones con organizaciones ecuménicas. Convocar sobre asuntos particulares cuando las circunstancias lo exijan.
Poderes y autoridad. No tiene autoridad eclesiástica. La autoridad la conservan, para sus comunidades, las iglesias miembros. La Declaración de Toronto reconoce al CMI una cierta autoridad moral.
Organización. La autoridad suprema es la Asamblea general que se reúne cada siete años. La Asamblea tiene un Consejo de Presidencia con seis miembros. La misión de llevar a la práctica las decisiones de la Asamblea se encomienda al Comité central, del que forman parte los miembros del Consejo de Presidencia y otros 120 miembros elegidos por la Asamblea. En dependencia directa de la Asamblea funcionan unas Comisiones con estatuto propio. Bajo la dirección del secretario general del CMI, en Ginebra, está constituida la sede permanente del CMI que, junto a otros Comités y Secretariados, la Biblioteca especializada y los Archivos, sirve para canalizar el trabajo de las cuatro Divisiones del CMI: (a) División de Estudios; (b) División de Formación ecuménica; (c) División de Ayuda y servicio entre las iglesias; (d) División para las Misiones y la evangelización.
Actividades. La actividad fundamental del CMI desemboca en sus grandes Asambleas plenarias. [Ib., pp. 51-56]
I Asamblea: Amsterdam (1948). Tema general: Desorden del hombre y designio de Dios. Puso de manifiesto las grandes diferencias de fe y doctrina agrupadas en una eclesiología de tipo "protestante" y otra de tipo "católica". Numérica e intelectualmente el signo de la Asamblea fue, sin duda, «protestante».
II Asamblea: Evanston, USA (1954). Tema general: Cristo, esperanza del mundo. Dos corrientes: acentuación de las esperanzas humanas en el progreso continuo (americana), e hincapié en el carácter ecatológico del Reino de Dios (europea). Las iglesias ortodoxas, en desacuerdo con la concepción de la unidad reflejada en el «rapport» final, formularon una «declaración de principios» separada.
III Asamblea: Nueva Delhi (1961). Tema general: Cristo, luz del mundo. La visión protestante de la unidad se ha tornado hacia el pasado. Por esta razón se ha vuelto más adulta cara a los verdaderos problemas, como son la naturaleza de la sucesión apostólica, el episcopado, la validez y plenitud de los ministerios. El giro se debe, en buena parte, a la presencia de los teólogos rusos.El rapport serviría para los diálogos entre católicos y teólogos del CMI y sería tenida muy en cuenta en el Vaticano II.
IV Asamblea: Upsala (1968). Tema general: He aquí que hago nuevas todas las cosas. Los dos aspectos más sobresalientes fueron: de una parte el tête-à-tête entre el CMI y la Iglesia Católica provocado por el Concilio Vaticano II, y de otra, la presencia obsesiva en las discusiones de las llamadas teologías «de la muerte de Dios», «de la secularización», «de la revolución», etc., con el riesgo evidente de una visión «horizontalista» del cristianismo.
V Asamblea: Nairobi (1975). Tema general: Cristo libera y une. La opción de Upsala (la unidad de la Iglesia sólo puede encontrarse si se busca en la unidad de todos los hombres) ha condicionado fuertemente la evolución del CMI en los años siguientes, con una progresiva influencia en muchos de sus planteamientos prácticos de las más extremistas entre las llamadas «teologías de la liberación». Verticalismo y horizontalismo.
VI Asamblea: Vancouver 1983:
VII Asamblea: Camberra: 1991
VIII Asamblea
Harare, Zimbabwe, 3-14 de diciembre de 1998.: "Buscad a Dios con la alegría de la esperanza"Naturaleza teológica. [Ib., pp. 56-58]
Ponerla en claro es casi imposible sin tomar una cierta postura acerca de la naturaleza de la Iglesia y de su unidad. A evitar esto tendía la célebre Declaración de Toronto (1950): Explica, ante todo, lo que no es la CMI: no es ni será nunca una «super–Iglesia»; no es la «Una, Santa» que confiesan los símbolos de fe; tampoco puede fundarse sobre una determinada concepción de la unidad de la Iglesia.
La Declaración señala después los presupuestos positivos del CMI, entre otros: pertenecer al CMI no implica que una iglesia reconozca a las otras como iglesias «en el verdadero y pleno sentido de la palabra», pero exige reconocer que en las otras «hay elementos —vestigia Ecclesiae— de la verdadera Iglesia».
Toronto es un loable intento de excluir cualquier concepción teológica previa acerca de la unidad de la Iglesia y, en concreto, la concepción «federalista» de esa unidad, que siempre ha estado gravitando sobre las instituciones de diálogo ecuménico de las que el CMI es la síntesis y respecto de la cual la Iglesia Católica —y, dentro del CMI, las Iglesias Orientales— se ha enfrentado desde los orígenes del Movimiento ecuménico.
La dinámica del CMI tiende a autointerpretar su naturaleza en clave protestante: "muchos cristianos de tradición protestante ven en el CMI una expresión de la comunión universal que no les es dada en el mismo grado dentro de su propia herencia teológica, espiritual y eclesial. Para los cristianos de tradición católica, en cambio, lo que cuenta en última instancia no es el CMI, pues éste no modifica la sustancia de una unidad ya dada, aunque esté muy imperfectamente vivida". El CMI como finalidad, o como instrumento.
Oposición protestante. [Ib., pp. 59-60]
La búsqueda de la unidad visible de la Iglesia encontró desde el principio una oposición permanente en ciertos medios del protestantismo, que veían muy peligrosa la nueva actitud desde el punto de vista de las esencias de la Reforma protestante. Ese ambiente difuso ha tomado un cierto cuerpo organizado en el llamado Consejo Internacional de Iglesias Cristianas.
Constituido en Amsterdam (agosto de 1948), el International Council of Christian Churches considera su razón de ser denunciar y oponerse por todos los medios a los errores y desviaciones del Consejo Mundial de las Iglesias, calificado de tendencias comunistas, modernistas, pacifistas y romano–católicas.
Pertenecen al Concilio unos 55 grupos y pequeñas iglesias evangélicas, creyentes en la Biblia, que siguen en general las corrientes protestantes del fundamentalismo, aunque hay también baptistas, congregacionalistas y metodistas. Proceden de 23 países, en su mayor parte anglosajones.
Doctrinalmente, el Consejo se sitúa en los antípodas del movimiento ecuménico. Entre los puntos de la declaración Base se encuentra «la perfecta y espiritual unidad de todos los hijos de Dios». Esto significa negar que existe un problema de unidad de los cristianos, puesto que la unidad de la Iglesia es invisible.
El Consejo Internacional representa el ala radicalmente conservadora e inmovilista del protestantismo actual, tiene un cierto carácter "fundamentalista" (SE, ) obsesionada por el temor de que el movimiento ecuménico «trabaje» a favor de la Iglesia Católica Romana.
Relaciones entre la Iglesia Católica y el Consejo Mundial. [Ib., pp. 70-75]
Primera etapa. Abarca desde la creación del CMI (1948) hasta la convocatoria del Concilio Vaticano II (1960). Se caracteriza por una actitud de expectativa y prudente reserva de la Iglesia Católica, motivada por los equívocos que, en torno a la naturaleza del Consejo Mundial y del ecumenismo en general, podía observarse en los medios protestantes. La Santa Sede no envió observadores a Amsterdam ni a Evanston. Desde el punto de vista disciplinar, la conducta de los católicos estaba regulada por la instrucción del Santo Oficio Ecclesia Catholica.
Segunda etapa. De 1960 a 1968 (Upsala). Se caracteriza por una creciente relación entre la Iglesia Católica y el Consejo Mundial. Manifestaciones: cinco observadores católicos en Nueva Delhi (1961) y otros cinco en Montreal (1963); en Upsala: 15 observadores, varios invitados especiales y cerca de 150 teólogos católicos enviados por universidades y revistas especializadas. Por parte del CMI se enviaron observadores al Concilio Vaticano II y a otras Asambleas católicas. No obstante, lo más importante de esta etapa es la relación orgánica establecida entre el Consejo Mundial y la Santa Sede, desde la creación, en 1965, del llamado «Grupo mixto de trabajo de la Iglesia Católica y el Consejo Mundial».
Etapa actual. Arranca de la cuestión del posible ingreso oficial de la Iglesia Católica en el Consejo Mundial planteada en Upsala. Según los expertos del mismo, la entrada de la Iglesia Católica en el Consejo Mundial plantearía enormes problemas estructurales a este organismo —por la cohesión doctrinal y la importancia numérica de la Iglesia Católica—, que podrían entorpecer su servicio al diálogo ecuménico. La ausencia de la Iglesia Católica, por el contrario, puede provocar insensiblemente la existencia de dos «ecumenismos»: católico y no–católico. La mayoría de los teólogos católicos y no católicos estiman no haber obstáculo teológico de fondo para la entrada de la Iglesia Católica en el Consejo Mundial. Diez años después la situación no ha cambiado. En 1977 el Secretariado para la unidad de los cristianos (ahora Consejo Pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos) declaraba: «La cuestión de una eventual participación de la Iglesia Católica en el Consejo Mundial de las Iglesias en calidad de miembro ha sido estudiada hace algunos años, en una fase inicial, sin que se haya llegado a una solución afirmativa, no sólo a causa de diferencias estructurales y de funcionamiento, sino también en base a problemas de orden pastoral». Con todo, la realidad existencial y práctica del CMI ha experimentado una evolución que puede perjudicar muy seriamente la relación con la Iglesia Católica. Por una parte, algunos organismos del CMI se comprometieron en el apoyo moral y financiero de diversos movimientos marxistas «de liberación». Por otra, las posiciones en torno a la ordenación de mujeres levantan un muro difícilmente superable en relación con la Iglesia Católica y con las Iglesias orientales.
Lo que dicen ellos: La iglesia cristiana más grande del mundo, la Iglesia Católica Romana, no es miembro del CMI, pero trabaja en estrecha cooperación con el Consejo desde hace más de treinta años y envía representantes a las principales conferencias del CMI, así como a las reuniones de su Comité Central y a sus asambleas. El Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos nombra 12 representantes para la Comisión de Fe y Constitución del CMI, y colabora todos los años en la preparación de los materiales de estudio que utilizarán las congregaciones y parroquias durante la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos
2.3 La doctrina y las directrices del Concilio Vaticano II, en especial de la Constitución "Lumen gentium", el Decreto "Unitatis Redintegratio" Juan Pablo II: encíclica Ut unum sint y la Carta Apostólica Orientale Lumen ambos del 25-V-1995
Desde el punto de vista institucional es significativa la creación por Juan XXIII (el 5 de junio de 1960) del Secretariado para la Unidad de los Cristianos, que tiene como precedente la Comisión Pontificia creada en 1895 por León XIII. Creado con ocasión del Concilio, se orientó inmediatamente en dos direcciones: trabajos teológicos y contactos personales. Durante la celebración del Concilio, el Secretariado fue asimilado a una comisión conciliar y se encargó de la preparación del Decreto Unitatis redintegratio sobre el ecumenismo. Terminado el Concilio Vaticano II, el Secretariado pasó a ser un organismo permanente de la Santa Sede para promover y coordinar las relaciones de la Iglesia Católica con las otras comunidades cristianas. [Ib., p. 68]
No es posible exponer los documentos, manifestaciones y contactos personales que manifiestan la acción ecuménica de la Iglesia Católica durante los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI.
Baste nombrar, a título de ejemplo, el encuentro de Pablo VI y el patriarca de Constantinopla Atenágoras en Jerusalén (1964), en el que culmina el esfuerzo histórico del Papado por la aproximación a los orientales, y
la visita de Pablo VI a la sede en Ginebra del Consejo Mundial de las Iglesias (1969).
La presencia permanente en Roma, durante los años del Vaticano II, de más de un centenar de observadores oficiales de las otras comunidades cristianas ha dado un nuevo tono al clima ecuménico al permitir llegar de modo muy intenso al mutuo conocimiento. [Ib., p. 69]
En el terreno doctrinal, el gran documento normativo para los católicos es el Decreto de ecumenismo Unitatis redintegratio, promulgado solemnemente por el Papa Pablo VI junto con los Padres conciliares el día 21 de noviembre de 1964. Consta de tres capítulos, además de un proemio y una conclusión: el primero está dedicado a los principios católicos del ecumenismo (nn. 2-4); el segundo contiene normas para el ejercicio del ecumenismo (nn. 5-12); el tercero contempla, en dos secciones diferentes, a las Iglesias orientales (nn. 14-18) y a las iglesias y comunidades eclesiales separadas en Occidente (nn. 19-23).
Con Juan Pablo II, al menos señalar los dos grandes documentos: encíclica Ut unum sint y la Carta Apostólica Orientale Lumen ambos del 25-V-1995. Junto a ello el impulso de las reuniones de diálogo, y la constante acción del Papa para encontrarse con todos los líderes religiosos en esus viajes. También la Jornada de Oración de Asís y otras similares que ha habido.